Por Ernesto Palma Frías
Algo que tenemos en común los seres humanos es el deseo permanente de escapar del sufrimiento, sin embargo, la química del dolor y el sufrimiento es tan necesaria como la que produce felicidad. El cerebro necesita las sustancias químicas de la infelicidad para advertir de amenazas y obstáculos, del mismo modo que precisa la química de la felicidad para llamar la atención sobre las oportunidades. Estamos diseñados para sobrevivir buscando sustancias químicas felices y evitando las infelices.
Cuando te sientes bien, tu cerebro libera dopamina, serotonina, oxitocina o endorfinas -y deseas sentir por más tiempo esas sensaciones- ya que el cerebro está diseñado para buscarlas, pero no siempre las consigues y es natural que así sea. Nuestro cerebro no libera sustancias químicas de la felicidad hasta que ve un modo de cubrir una necesidad de supervivencia, como puede ser poder contar con la seguridad de acceso a los alimentos o al apoyo social, por ejemplo. Todos tenemos hábitos de felicidad: desde picar entre las comidas a hacer ejercicio; ahorrar o gastar; participar en fiestas o disfrutar de la soledad; discutir o avenirnos con los otros. Pero ninguno de esos hábitos te hará feliz para siempre, pues el cerebro no funciona de ese modo.
¿No sería maravilloso poder desencadenar esas sustancias químicas de otras maneras? ¿No sería estupendo sentirse bien haciendo cosas que son realmente buenas para uno mismo? La ciencia ha demostrado que puedes hacerlo si eres capaz de comprender a tu cerebro de mamífero. Entonces sabrás qué es lo que desencadena en la naturaleza la química de la felicidad y cómo tu cerebro puede sustituir los viejos hábitos por otros nuevos. Gracias a nuevos descubrimientos neurocientíficos, hoy sabemos que es posible diseñar un nuevo hábito que te produzca felicidad y conectarlo a tus neuronas.
Los viejos hábitos son como carreteras muy bien pavimentadas en el cerebro, mientras que los nuevos son difíciles de activar porque son como estrechos senderos en medio de una jungla de neuronas.
El sentimiento que llamamos «felicidad» proviene de cuatro sustancias químicas que produce nuestro cerebro: dopamina, endorfinas, oxitocina y serotonina. Esta «química de la felicidad» se pone en marcha cuando nuestro cerebro detecta algo positivo para nuestra supervivencia, aunque su duración es muy breve y después se desactiva, de ese modo está preparado para reactivarse cuando algo positivo se cruza en nuestro camino.
Cada sustancia química de la felicidad desencadena una sensación diferente:
• La dopamina produce la alegría de encontrarse con cosas que encajan con nuestras necesidades: es el sentimiento de ¡eureka, lo tengo! Incita a conseguir lo que uno necesita, aunque requiera mucho esfuerzo.
• Las endorfinas producen el olvido que enmascara el dolor: a veces se le llama euforia. Hacen que se ignore el dolor, de modo que uno puede eludir las lesiones cuando está herido.
• La oxitocina crea la sensación de sentirse seguro con los demás, lo que ahora se denomina vinculación afectiva. Motiva a creer en los demás, así se encuentra seguridad en la compañía.
• La serotonina crea el sentimiento de sentirse respetado por los demás. Hace que uno se haga respetar, lo cual aumenta la posibilidad de emparejarse y de proteger a la descendencia.
Desde una perspectiva científica, no podemos evitar los momentos infelices, pero sí es posible propiciar las condiciones que producen felicidad. Tener conciencia de cómo funciona el cerebro, nos aproxima a una autogestión de nuestra vida emocional.
Finalmente, es posible deducir que la felicidad -de acuerdo con la ciencia- no es un estado inalcanzable, ya que es en realidad un efecto bioquímico que podemos alcanzar con perseverancia y disciplina. Ser feliz es una elección personal que se nutre con nuestros hábitos cotidianos y con plena conciencia de nuestros pensamientos y emociones.