Por Gustavo Flores
Esta es la historia de Adrián San Agustín, originario de la cabecera municipal de San Bartolo Tutotepec, Hidalgo; quien vivió en pobreza extrema, al lado de sus abuelos, madre y hermanos, recuerda que dormía sobre un petate en el suelo, en un cuarto hecho de madera y techo de cartón; hasta los 7 años tuvo su primer par de zapatos.
Desde muy chico trabajó en la milpa “chapoleando” (limpiar y desyerbar), y en el corte de café de unos terrenos que eran de otros propietarios, también vendía leña por tercios, tierra para plantas y jegüite para los puercos para así poder completar para la comida entre él y sus familiares. Algunas de sus comidas eran quelites, frijoles, tortillas y café y algunas veces comía huevos güeros (huevo en el que no se formó un pollito cuando la gallina está echada) que le sabían muy feo y hasta lombrices (parásitos estomacales) llegó a tener, y como remedio se tomaba el jarabe llamado Piperawitt que le ayudaba a expulsar las lombrices, tés de yerbabuena y epazote.
Cuando niño, Don Adrián visitaba la plaza pública de San Bartolo Tutotepec, donde se instala el tianguis los lunes y se le antojaban muchos los tacos de res, la fruta de melón y naranjas, pero se quedaba con las ganas porque no tenía dinero para comprárlos; con trabajos sí juntaba para comprarse uno o dos panes, incluso había días que se robaba unos trozos de leña seca para poder venderlos.
Como parte de la vida difícil de Don Adrián, cuenta con cierto resentimiento que no conoció a su padre puesto que fue producto de una violación que tuvo su mamá a la edad de 13 años y nunca quiso conocer a su verdadero padre.
Durante su juventud, a los 16 años de edad, una tía decidió llevárselo a la Ciudad de México porque ya era tanta la necesidad de contar con unos “centavos” para poder continuar subsistiendo que entró a trabajar como aprendiz de reparación de calzado por dos años, posteriormente se trasladó a vivir a Pachuca, en el barrio de “La Surtidora”, donde su mamá una vez que salió del pueblo, rentó un cuarto en el que, posteriormente Don Adrián juntó dinero para acondicionar su propio taller en un local que renta actualmente en la Colonia Guadalupe de esta ciudad, compró sus herramientas como plantilla de remache, máquina de coser, banco de acabado, navajas especiales, mostrador de madera y materiales como cuero y hule para suelas, tacones, tintas, brochas, agujetas, grasas, pegamento, agujas e hilos para la reparación del calzado.
Y actualmente el zapatero Don Adrián, arregla todo tipo de artículos de piel, como zapatos, bolsas, chamarras, balones de cuero y de vinil, tenis, carteras y mochilas, entre otros, también modifica zapatos ortopédicos (que son recetados por algún especialista para corregir problemas o lesiones que afectan el caminar de una persona, adaptándose a las condiciones del pie, con suela de hule espuma o también llamado “neolite” que son materiales de un peso muy ligero), realiza ampliaciones y reducciones de plataformas, en especial para calzado de dama, que antes eran fabricados de madera o corcho, así como las tapas de los tacones y que ahora son de plástico o de pura “plasta”. Su trabajo requiere de mucha destreza porque la mayoría de las costuras las realiza a mano; es un artista del calzado.
Para un mejor acabado de los trabajos, Don Adrián, utiliza grasas y tintas para piel que aplica con brochas de pelo de camello, porque es muy fina y no marca, como otras que son hechas de pelo artificial (de plástico), hay quien aplica las tintas con pistola de aire, pero él prefiere con brocha porque se desperdicia menos tinta.
En su experiencia Don Adrián dice que hay quien prefiere ponerle suelas antiderrapantes a sus zapatos y que las elabora de cámaras de avión que consigue en una “tenería” que esta por el centro de la ciudad de Pachuca, otra técnica para los zapatos es cuando al cliente le quedan apretados aunque sean de la talla de calzado que compró, se llama horma, que es un molde que le da forma al zapato de acuerdo a la forma del pie, de preferencia para estirar el zapato, y las hay de madera o de plástico y se requieren mínimo tres días en el molde para que vaya tomando la medida requerida.
Don Adrián es una persona muy solidaria, porque cuando un cliente ya no recoge sus zapatos, él se los regala a la gente pobre y necesitada que conoce, y que siente como gratitud a su nobleza, hay clientes que hasta le invitan un bocadillo, un refresco o le ofrecen una propina, y aunque tuvo pocos estudios, no le va mal, gana diario más que un salario mínimo y hay quienes tienen carreras terminadas y no consiguen trabajo; él lleva 38 años en este oficio, pero el éxito de su trabajo consiste en el buen trato y amabilidad que ofrece, y los principios que adquirió se deben a que su abuelo y su mamá le dieron una educación llena de valores.
La historia de vida de Don Adrián no es un curso de reparación de calzado si no más bien de la vida de un hombre que logró este oficio que con los estudios de secundaria y sin ninguna prestación social, ha podido costear los estudios de sus dos hijos y sacar adelante a su esposa y a él mismo.