Salvemos a nuestros jóvenes

Por Ernesto Palma Frías.

Antonio era un adolescente de apenas 16 años de edad. Hijo único de un matrimonio estable, próspero y atento de sus necesidades. En la vida de este jovencito todo transcurría aparentemente de manera normal, hasta que un día decidió suicidarse. Un día como cualquier otro, Antonio simplemente se colgó de un barandal, dejando una carta en la que se despedía fríamente de sus padres y de su novia. Nunca mencionó los motivos de su decisión, dejando un vacío de incertidumbre, no sólo en sus atribulados padres, sino en todos los que le conocían.

Las investigaciones policiales llegaron a determinar que Antonio se suicidó por haber reprobado 5 materias en la preparatoria donde estudiaba. Se supo que este adolescente intentó –infructuosamente- convencer a sus maestros para que le dieran la oportunidad de acreditar dichas asignaturas. Especialmente, una profesora inflexible lo trató con desmedida rudeza frente a otros alumnos, justo el día que Antonio se quitó la vida.

Esta lamentable experiencia deja al desnudo la realidad que enfrentan muchos adolescentes y jóvenes en nuestro país. Están expuestos y vulnerables a exigencias, presiones y tratos indebidos, por parte de profesores que tienen la responsabilidad de velar no sólo por su seguridad e integridad física dentro de los planteles, sino que también deben estar atentos de su salud mental y emocional, para prevenir desenlaces fatales.

Lamentablemente, la mayoría de las escuelas de nivel medio superior y superior en nuestro país, carece de apoyos profesionales para brindar atención socio-emocional a los estudiantes. No hay psicólogos suficientes para atender a esta población y por otra parte los docentes no están suficientemente capacitados para detectar y canalizar a los alumnos que manifiestan cambios en sus conductas y en la forma en la se relacionan entre sí. De ahí que surjan constantemente actos de violencia (bullying), acoso, hostigamiento, adicciones y suicidios.

Esta situación se agrava debido a que muchos de los docentes que imparten materias en esos niveles, son profesionistas habilitados para ejercer la docencia, sin la debida preparación psicopedagógica que se requiere, para saber cómo manejar adecuadamente situaciones que surgen de la convivencia cotidiana con adolescentes.

Tratándose de la salud mental de los adolescentes, no bastan campañas esporádicas para erradicar factores de riesgo, como trastornos de salud mental (depresión o ansiedad), problemas familiares (divorcios o violencia intrafamiliar), acoso escolar y consumo de drogas o alcohol.

De acuerdo con el informe del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) en México, el suicidio es la segunda causa de muerte en jóvenes de 15 a 29 años en el país.

En la actualidad existen formas complejas de comunicación que afectan el equilibrio emocional de las y los adolescentes como la discriminación, el bullying, o esquemas rígidos de evaluación, que combinados con una ausente comunicación oportuna con los padres de familia,  no permiten una adecuado abordaje preventivo de la frustración académica y una eventual deserción escolar, acompañada de crisis personales que comúnmente derivan en adicciones o el suicidio.

Las redes sociales y el ciberacoso  han sido identificados como factores de riesgo para el suicidio adolescente, ya que pueden aumentar la sensación de aislamiento y presión social, por lo que maestros y padres de familia debemos prestar atención a cambios repentinos en su comportamiento, como el aislamiento social, la pérdida de interés en actividades que solían disfrutar, cambios drásticos de humor, expresiones de desesperanza o desamparo y cambios en el apetito o el sueño.

También es importante crear entornos en el hogar y en la escuela que fomenten la seguridad emocional y física. Esto incluye evitar el acoso escolar, promover la inclusión y el respeto y brindar un espacio seguro para que los adolescentes expresen sus emociones sin temor al juicio, así como alentar a los adolescentes a establecer y mantener relaciones saludables y de apoyo con amigos, familiares y otros adultos de confianza. La conexión social puede ayudarles a sentirse comprendidos, amados y respaldados.

La historia de Antonio aún no concluye. Después de su deceso, los directivos de la escuela han dispuesto una excepción para otorgar a los padres del adolescente, los beneficios económicos de un seguro de vida, sin haber considerado algún cambio en sus mecanismos para atender a los estudiantes en situación de riesgo. Tampoco se ha planteado responsabilizar a los docentes, por no haber informado oportunamente a los padres sobre el bajo desempeño académico del alumno, lo que habría permitido una oportunidad de ayuda psicopedagógica para el menor.

La pérdida de Antonio ni siquiera alcanzó el propósito consignado en la sabiduría popular que reza: “después de ahogado el niño, tapan el pozo”. El pozo seguirá abierto en espera de más suicidios, mientras la sociedad en su conjunto, no cobre conciencia sobre la necesidad de proteger y atender a los adolescentes y jóvenes en materia de salud mental y emocional, dentro y fuera de los planteles escolares.

Salvemos a nuestros jóvenes es una premisa que debe definir las prioridades de una educación que aspira a formar a los mexicanos del presente y del futuro.

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