Por Ernesto Palma Frías
El debate sobre las asignaciones presupuestales para la reconstrucción de las zonas más afectadas por el huracán Otis, sigue llamando la atención pública, mientras los habitantes del estado de Guerrero claman por ayuda. Resulta paradójica la falta de sensibilidad hacia los más desposeídos en momentos de emergencia y la absurda pretensión de algunos, de aprovechar la tragedia con fines políticos y electorales, atascando innecesariamente, la ayuda humanitaria a nivel nacional e internacional.
Un mismo problema, muchas visiones de cómo afrontarlo, dejando en segundo término la atención prioritaria de la población afectada, en sus necesidades más apremiantes: agua potable, alimentos, atención médica y psicológica, vivienda, trabajo, seguridad pública, energía eléctrica, educación y reconstrucción de la infraestructura urbana. En esta situación de emergencia, se requiere el diseño de un plan integral de reconstrucción, elaborado a partir de una visión humanista que privilegie los aspectos más sensibles para la supervivencia y dignidad humana de los pobladores damnificados. La tragedia provocada por Otis, quedó atrapada en la telaraña de visiones, intereses y limitaciones de una sociedad polarizada, que ante una situación de emergencia nacional, reacciona impulsivamente, arrastrada por el incontenible flujo de información que nutre las redes sociales.
En este caótico escenario sociológico, tal vez sea el momento de reflexionar sobre la importancia del humanismo y la urgente necesidad de incorporarlo verdaderamente, en los planes y programas de estudio de todos los niveles educativos. En este tema, resulta muy ilustrativa la opinión de Irene Vallejo, autora del exitoso libro “El infinito en un junco”: Durante los últimos años, el humanismo se ha considerado una serie de conceptos inútiles, obsoletos, que no merecían estar en los programas educativos. Poco a poco se van arrinconando las asignaturas de humanidades y pensamos que las habilidades técnicas, laborales y pragmáticas son más importantes, cuando la realidad nos dice que esos conceptos son axiales y que ahí donde fallan está en peligro toda la estructura que permite el bienestar, el Estado y la democracia, condiciones sine qua non para el sistema en el que vivimos.
La democracia no es un concepto aislado y abstracto. Necesita afianzarse sobre una serie de principios, que cuando se erosionan, también menoscaban el lenguaje, la comunicación y el debate. Lo peculiar de una democracia es aceptar que nada se debe imponer por la fuerza, sino que es necesario pactar, regirse por acuerdos. Cuando esta base se tambalea, empiezan a surgir fenómenos como los populismos, las perversiones lingüísticas o los debates estériles, que a su vez emergen del desprecio de conceptos como la ética, la filosofía o la historia, que de tenerlos presentes, evitarían desviaciones y nos permitirían también, atajarlas a tiempo. Eventos tan complejos como los que vive hoy el estado de Guerrero, nos alertan sobre la necesidad de revisar los cimientos de nuestra democracia y retomar la formación humanista de nuestros niños y jóvenes, de cara al incierto futuro que les aguarda.