La Cruz Roja; Zafarrancho en Actopan

Por Gustavo Flores

Esta ocasión tuve la oportunidad de entrevistar a mi hermano Gerardo que por diferentes causas emigró de Pachuca a otro estado de la república mexicana y después de un buen tiempo sin verlo, coincidimos para platicar de nuestro padre, – un gentil hombre, recto y respetable- con quien tuvo la oportunidad de platicar y a continuación les comparto con gusto una de esas historias de vida de mi padre, contada a través de mi hermano.

 Inicia Poli su relato:

-Estando de guardia otra vez, un jueves; ya estábamos descansando dentro de la Cruz Roja, cuando suena el teléfono: era una llamada del cuartel militar, a través de la cual preguntaban que cuántas ambulancias teníamos, a lo que yo les informé que teníamos tres. Para ese entonces ya se había cambiado de edificio la Cruz Roja, ya que había estado en varios lugares; entonces, la segunda vez, en la que ya me había tocado estar como instructor militar, este edificio estuvo a un costado de la que había sido la prisión del gobierno del estado: en la “plazuela” Pedro Vargas, la que, a su vez, se encuentra dentro de la plaza Bartolomé de Medina, ambas siendo parte del edificio del exconvento de San Francisco.

En ese sitio en el que estuvo La Cruz Roja se encuentra actualmente el Archivo Histórico Fotográfico Casasola. Para concluir sobre la ubicación y continuar mi narración, cuando la llamada entró, estábamos ya en el edificio en la calle de Hidalgo, a una cuadra del cuartel militar.

Bueno…, eran ya como las once y media de la noche, cuando nos vuelven a llamar por el teléfono: que nos reportáramos, pero lo más rápido posible; con las ambulancias, en el cuartel militar, ya que teníamos que auxiliar a los militares, porque había habido un zafarrancho a 36 kilómetros al poniente de Pachuca, en la zona de Actopan, en una hacienda que se llamaba La Estancia y no sabían qué tanta gente estaba dañada.

Al regresar a nuestras instalaciones, empiezo a “echar varios telefonemas”, de los teléfonos que teníamos de emergencia, para localizar a dos compañeros más, que serían quienes manejarían las ambulancias restantes. Todos estábamos ya de acuerdo en que en cuanto se necesitaran nuestros servicios, aún no estando de guardia, nos presentaríamos. Y así fue, pero como tardaron como quince o veinte minutos en llegar los compañeros, el teléfono seguía sonando, nos insistían del cuartel militar. Ya estando en el cuartel, nos avisan que necesitaban más transporte.

Como la situación parecía muy delicada, la policía estatal se estaba concentrando en el cuartel militar. Ya cerca de la una de la mañana del viernes, el movimiento era muy fuerte, los vehículos para el transporte entraban y salían.

Cuando llegamos con nuestras ambulancias, el inspector general de policía del estado, quien era un capitán primero del ejército mexicano, el capitán Ernesto Moncada, nos dice:

–Mire compañero, les vamos a meter en sus unidades ocho policías en cada ambulancia, para el traslado hasta la zona de Actopan, a lo que yo contesté que estaba muy bien.

Pero como ya me empezaba a dar órdenes, yo sabiendo cómo se manejaban estas situaciones, y debido a que íbamos a estar al mando del ejército, busqué al comandante de mayor jerarquía, encontrándolo entre el movimiento en la calle, afuera del cuartel, era un mayor; me dirigí a él así: -oiga jefe ¿quién lleva el control del mando del convoy?, a lo que el mayor me contestó. –su servidor señor. En aquel momento me identifiqué con él y me dijo- usted se va a entender conmigo, ¿de cuantas ambulancias dispone? –De las tres que están aquí señor, contesté. A lo que él me respondió –bueno entonces ya nos vamos a arrancar, ya nomás a ustedes los estábamos esperando.

Los militares llevaban con ellos personal de policía uniformada y judicial. Era un movimiento espantoso.

Bueno…, ahí vamos con rumbo a Actopan; pero las personas que llevábamos en la ambulancia en la que yo iba, la principal, la número uno, eran policías que iban oliendo a alcohol y durmiendo, con unos rifles de lo más antiguo.

Cuando llegamos a la población mencionada, el alumbrado público estaba apagado. La concentración era en la presidencia municipal, porque eso sí: también le había preguntado el jefe del convoy que en dónde iba a ser la concentración y a qué hora, para estar uniformados.

Ya llegando al lugar, inmediatamente nos avisaron que tenían ahí, en la presidencia municipal, a dos heridos muy graves. Y como entre nosotros iba un jefe de sección, de menor categoría que yo, pero con una especialidad: era mecánico dental, y con mucha representación a nivel estatal. Me dirigí a el diciéndole: -mire señor…, (¡a caray! por ahora no me acuerdo de su nombre) usted se queda aquí al mando de las otras ambulancias y yo me regreso a Pachuca, con los heridos, ya ve que además dejamos sin servicio de ambulancias a esta ciudad y en cualquier momento podría haber problemas señor ¡Meráz, Rogelio Meráz!, quien se quedaba al mando de la demás gente. Y ya le digo al jefe del convoy que entonces yo me regresaba a Pachuca con los heridos.

En medio del espantoso movimiento, los subimos mientras el comandante de la policía nos decía: -no nos vaya a dejar sin ambulancias, por la sencilla razón de que vamos a entrar al pueblo, o sea a la ranchería en donde fue la balacera, vamos a entrar a desarmar a la gente y se pueden esperar mayores problemas; vamos a entrar a las cuatro de la mañana, dice, vamos a abrir puertas y ventanas de todo el pueblo. A lo que yo respondo: – ¡ah, correcto! Le estamos dejando dos ambulancias con personal capacitado y un jefe coordinador, yo me regreso a Pachuca.

Al llegar a Pachuca, uno de los heridos ya venia muy mal, era acompañado por un familiar, quien venía “echando pestes”, era una señora diciendo que se iba a vengar; era el papá de ella, venía muy dañado. Ya llegando al hospital general, andaban en pie el secretario general de gobierno, el Licenciado Próspero Macotela y el director del hospital (quien era un médico militar): el Doctor Zoebich. “gentes” muy preparadas.

Pero el problema del que se estaban encargando era muy fuerte, porque se trataba de un zafarrancho entre dos bandos muy poderosos en la región, armados desde hacía muchos años y siempre andaban en pleito.

Ante estas circunstancias me dicen que ya no había que regresar, por lo que nos retiramos con nuestra ambulancia, a nuestra base en Pachuca.

 Dr. Ger- y esa fue una de las tantas historias que mi padre me contó.

Y así concluye esta historia que pudo contarme mi hermano Ger.

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