Por Ernesto Palma Frías
En un interesante artículo de opinión de Carlos Javier Serrano (Ethic), señala que “nuestros cuerpos han sido domados: nuestras manos se sienten extraviadas y vacías sin el teléfono, no sabemos adónde mirar cuando nos quitan la pantalla de la vista.” El educador y filósofo español, menciona que en los últimos años se ha empleado con temible naturalidad la expresión «nativos digitales» para referirse a las generaciones que han nacido en un contexto abarrotado por aparatos que –nos dicen– dotan nuestra experiencia vital, de una amplitud y dominio jamás vistos.
Se han esgrimido todo tipo de argumentaciones para defender que tenemos, como nunca antes, el mundo en nuestras manos, que todo se encuentra al alcance de un simple movimiento de nuestro pulgar.
Sin embargo, esta presunta revolución digital se ha llevado a cabo, sin que medie ningún análisis ético o crítico por nuestra parte y hemos dado por hecho, como el aire que respiramos, que nuestra vida ha de desarrollarse entre dispositivos que a fuerza de usarlos, nos han transformado en sus propios instrumentos y que han tiranizado nuestros cuerpos.
La adicción a las pantallas oculta una patología de la inmediatez que nos despoja de nuestra capacidad para decidir. Hemos perdido el horizonte. Hemos perdido nuestros sentidos. Si sólo dirigimos los ojos a la pantalla, únicamente veremos lo que quieren que veamos y con ello se sellará el pacto definitivo: al ser testigos tan sólo de una parte de la realidad, pensaremos que esa realidad es todo cuanto existe. Con ello nos pensaremos libres, mientras al otro lado, nos tienden las cadenas con las que alegre y afanosamente nos fustigamos.
Es terrible caer en la cuenta de la devastación emocional e intelectual, traducida a fin de cuentas en una dominación económica, que está causando la adicción a las pantallas, que ha domesticado nuestros cuerpos al someter nuestra mirada hacia el suelo (perdiendo con ello otras perspectivas y posibilidades) y al apoderarse de nuestras extremidades, subyugando asimismo nuestra inteligencia, transfigurada en un servil y drogado receptáculo de estímulos.
Hemos normativizado el uso compulsivo y acrítico de las pantallas en nuestra vida y con ello se ha normalizado nuestra falta de control de la conducta y una profunda dependencia estimular. Necesitamos una reeducación de nuestra sensibilidad que parta de la consciencia de que la adicción a las pantallas, puede tener también, numerosos efectos negativos en la salud mental.
El uso excesivo de las pantallas a menudo se asocia con altos niveles de estrés y ansiedad. Las redes sociales y otras aplicaciones pueden provocar comparaciones negativas, miedo a perderse algo importante y una constante necesidad de estar conectado. El uso de pantallas, especialmente antes de acostarse, puede dificultar el sueño, lo que puede llevar a problemas de insomnio y fatiga crónica.
La adicción a las pantallas puede llevar a un aumento del aislamiento social. Cuando las personas pasan demasiado tiempo frente a las pantallas, pueden descuidar las relaciones en la vida real y tener dificultades para interactuar socialmente. Pasar demasiado tiempo en las pantallas, puede contribuir a los sentimientos de tristeza y depresión. Las redes sociales pueden generar comparaciones negativas y sensación de no estar a la altura, lo que puede afectar negativamente el bienestar mental.
La constante estimulación visual y auditiva de las pantallas puede hacer que sea difícil mantener la atención en una sola tarea, durante períodos prolongados y dificulta la concentración en tareas importantes, como el trabajo o los estudios. Ha llegado el momento de establecer límites saludables a esta nueva versión de la esclavitud a través de las pantallas y buscar opciones alternativas para mantener una buena salud mental.
Para contrarrestar el efecto nocivo de la adicción a las pantallas, es recomendable la práctica de actividades que no involucren el uso de pantallas, como leer un libro, hacer ejercicio, salir al aire libre o pasar tiempo con amigos y familiares. También, establecer reglas familiares sobre el uso de pantallas y asegurarse de que todos las sigan.
Ante dificultades para controlar el tiempo de pantalla, se deben considerar aplicaciones que ayuden a limitar el tiempo que se pasa en el teléfono o computadora. Si se experimentan síntomas preocupantes, es aconsejable buscar apoyo y consejo de un profesional de la salud mental.