Por Ernesto Palma F.
En la víspera de las campañas del proceso electoral 2024, se recrudece la polarización en algunos sectores de la sociedad mexicana. Las famosas “cargadas” desbordan los ánimos y escapan al control de los candidatos de todas las fuerzas políticas. Los discursos se tornan en arengas encendidas que recuerdan las pugnas incendiarias del México del siglo XIX. Todo contra lo que sea “conservador, fifí o neoliberal”, aunque los términos no correspondan a la realidad actual. El caso es acabar con ellos, “borrarlos de la faz de la Tierra, porque son los causantes del dolor y la miseria del pueblo”.
Al clasificar a las personas entre «nosotros» y «ellos», establecer símbolos visibles de dicha clasificación y restringir los derechos del subgrupo minoritario, llega el momento de despojarles de su humanidad, señalándolos como culpables o responsables de las desgracias de las mayorías, con lo que se les prepara para la persecución y la violencia justificada.
Este manido discurso de odio y polarización, guarda reminiscencias de otras épocas y otras latitudes, lo que obliga a reflexionar sobre los riesgos sociales y sus consecuencias, que pueden rebasar los límites esperados ya que -en el fondo- se está promoviendo la deshumanización del otro, para justificar la violencia. Se trata de un concepto habitual en las guerras, especialmente en la lógica genocida.
No se trata de un mecanismo nuevo, ni inocente. A lo largo de la historia podemos encontrar innumerables ejemplos y probablemente el más analizado sea el que acompañó al Holocausto. Ratas, piojos, cucarachas, zorros, buitres son algunos de los animales que los nazis usaban para definir a los judíos y despojarlos así, a través del discurso, de sus características humanas. En otras ocasiones, especialmente tras el inicio del Holocausto, la propaganda nazi optaba por retratar a los judíos como agentes insidiosos y astutos de malevolencia, en un intento de demonización.
Evidentemente, no hace falta deshumanizar a alguien para agredirlo, pero son muchos los expertos que han alertado sobre que estos procesos de deshumanización se asocian a una mayor disposición a perpetrar la violencia. Por otro lado, hay poca evidencia de que el lenguaje deshumanizador cause el comportamiento violento, pero hay muchísima evidencia de que lo acompaña. Las personas que deshumanizan a otras, son mucho más propensas a tratarlas mal.
La deshumanización hace más fácil para el perpetrador ser cruel con su víctima. Al fin y al cabo, los seres humanos contamos con numerosas prohibiciones morales y reticencias psicológicas que nos impiden hacer daño a otros. La deshumanización funciona como una manera de subvertir las inhibiciones sociales contra la violencia.
Los expertos coinciden en que el discurso del odio suele preceder a la violencia a gran escala. Esto hace especialmente relevante el papel de los medios de comunicación. Está claro que el lenguaje juega un papel clave en la construcción del relato, en la visión que tenemos de quienes son los «buenos» y los «malos», pero también, puede contribuir a crear un ambiente propicio para la violencia.
Este es un buen momento para desactivar un proceso iniciado como estrategia de marketing político, exigiendo a los futuros candidatos a ocupar puestos de elección popular, que dejen de promover el odio y la polarización de los mexicanos, para que sus campañas se centren en nuevas ideas, propuestas y compromisos, que permitan el mejoramiento de las condiciones de vida de toda la población. En pleno siglo XXI no es posible recurrir a recetas del pasado para resolver problemas actuales.
Nuestra sociedad merece campañas con mensajes nutridos de ideas y propuestas creativas y no plagados de descalificaciones y odio, porque necesitamos estar unidos para afrontar los retos de un mundo cada vez más exigente y competitivo.