Por Ernesto Palma Frías
El dolor forma parte de la vida debido a que es una señal importante para nuestro bienestar y supervivencia. Es una respuesta natural del cuerpo que nos alerta sobre posibles lesiones o peligros y nos ayuda a evitar situaciones dañinas. Además, el dolor puede servir como una lección de vida, ayudándonos a crecer y desarrollarnos como personas. Aunque el dolor puede ser difícil de experimentar, también nos permite apreciar y valorar los momentos de alegría y felicidad en la vida.
El dolor es también una señal de alerta. El dolor físico es un aviso del sistema nervioso de que hay algo que no está funcionando del todo bien en nuestro cuerpo. Si comimos algo que irritó el colon, si nos golpeamos la cabeza o si nos torcemos el tobillo, nuestro cuerpo lanza un aviso y nos advierte que algo no está bien y de que probablemente tengamos que hacer algo al respecto.
Históricamente, diversas prácticas religiosas han considerado que el dolor físico es una forma de acercarse a la divinidad, de mostrarle devoción. La penitencia, la autoflagelación, el uso de látigos y cilicios u otros tipos de mortificación, han sido utilizados a lo largo de los siglos para la búsqueda de la purificación espiritual y del significado de la existencia terrenal para los devotos.
Pero ¿y qué hay del dolor psíquico? A pesar de que se trata de una experiencia subjetiva –basada en la propia percepción de los sentimientos negativos–, este es tan real como cualquier otro tipo de dolor. Experimentarlo, forma parte de la condición humana. Sin embargo, vivirlo y atravesarlo para hacerle frente a las adversidades, puede servir para encontrarle sentido a las experiencias que nos afligen.
Con el paso de los siglos, la filosofía y la psicología han analizado profundamente cómo el dolor puede dotar de sentido a la vida. En el estoicismo, por ejemplo, se erige al dolor como un desafío, ante el cual se puede ejercer la virtud a través de la aceptación. Para los estoicos, el dolor depende más de la representación que nos hacemos de él, que de una realidad objetiva.
Y es que gran parte de las corrientes filosóficas y psicológicas ha resaltado la importancia de la interpretación de las circunstancias dolorosas y la necesidad de ver más allá de la miseria, para descubrir el significado que hay detrás de una experiencia dolorosa. Porque si algo está claro, es que el dolor forma parte de la vida. Identificar cómo lo enfrentamos, es lo que nos lleva a encontrarle sentido y a partir de ahí, iniciar el proceso de recuperación y sanación.
Más allá de las interpretaciones filosóficas o psicológicas sobre el dolor, es probable que conozcas a alguien que padezca algún tipo de dolor y pretendas ayudarle de alguna manera. Si es así, te recomiendo prestar atención y mostrar interés genuino en lo que la persona está experimentando. Permite que se desahogue y exprésate con empatía. Brinda palabras de aliento y muestra compasión. Haz saber a la persona que estás ahí para ella y que no está sola en su sufrimiento.
Pregunta cómo puedes ayudar. La gente puede necesitar diferentes formas de ayuda, cuando experimentan algún tipo de dolor. Indaga qué tipo de apoyo necesitan y sé respetuoso con sus deseos. Dependiendo de la situación, puede ser útil ofrecer asistencia con las tareas diarias, como hacer compras, cocinar o cuidar de sus responsabilidades para que puedan tomarse un tiempo de descanso y recuperación. Si el dolor persiste o se vuelve abrumador, puede ser recomendable buscar el apoyo de un profesional de la salud, como un médico o un terapeuta.
No olvides que cada persona es única y puede requerir diferentes enfoques de apoyo. Siempre es importante respetar los límites y preferencias individuales.