(Primera Parte)
Por: Gustavo Flores
Esta es la historia de perseverancia de doña Guadalupe Solís Martínez. Lupita Solís es una mujer que ha participado en eventos sociales, de los cuales retoma temas como el medio ambiente, la defensa de los animales y uno muy interesante sobre la salud mental.
Ella habita en la colonia Cerro de Cubitos y cuenta, con mucha franqueza y mucho orgullo que es un privilegio vivir ahí, tiene una vista espectacular de la ciudad de Pachuca y eso la llena día a día.
“No soy de aquí, nací en Chiapas, me trajeron de niña, salimos de Tuxtla Gutiérrez, rumbo a Zacatecas donde vivimos un año, mi papá era militar, recibió su dinero de retiro al concluir los años de servicio en la milicia; posteriormente trabajó en el campo, cuidando algunos ranchos, ahí es donde empecé a aprender algunas cosas; entendí que la tierra es nuestra madre, tuve el contacto con la naturaleza y me pareció y me sigue pareciendo increíble.
Después nos fuimos a vivir al Estado de Durango donde estuvimos aproximadamente otro año, un lugar maravilloso, de naturaleza fantástica, disfrutábamos de los animales, de todo lo que había ahí, luego la necesidad económica nos obligó a planear nuestro regreso a Chiapas, para ello viajamos en tren y nos quedamos en Aguascalientes porque ya no alcanzamos el siguiente transporte.
Al traer poco dinero, nos vimos en la necesidad de dormir en la estación del tren, ahí nos ganó el sueño y descuidamos nuestras pertenencias y nos robaron el equipaje, entre todo lo robado iban los documentos oficiales, todo lo que podía hablar de nosotros, nuestra identidad. Con esta tragedia nos vimos en la necesidad de salir a pedir limosna prácticamente a las casas recalcando que nos habían robado el equipaje, que se llevaron el dinero y ya no podíamos continuar nuestro camino.
Doña Lupita viajaba con sus papás su hermana Irma, sus hermanos Luis y José, salían a las calles manifestando la condición que estaban pasando, Lupita nos platica: llegábamos a las casas tocando puertas y platicábamos nuestro problema y nos regalaban comida, ropa, algunos nos regalaban unos centavos y pues fue bonito y satisfactorio, en ese momento yo sentía que la gente de Aguascalientes era buena, era sensible al sufrimiento que en ese momento estábamos teniendo, logramos reunir la cantidad de dinero para regresar, pero ya no pudimos continuar.
Cuando ya íbamos a partir rumbo a Chiapas, mi papá se contactó con un tío que tenía trabajo en La Estanzuela, una comunidad al norte de Pachuca, famosa por la presa del mismo nombre. El tío le dice, vente para Pachuca, estoy pagando renta de un cuarto y ahí puedes quedarte mientras encuentras trabajo, mi papá lo hizo así, llegamos a Pachuca a vivir en un cuarto grande, feo, sucio, de vecindad.
Mientras mis papás salían a buscar trabajo nos dejaban encerrados; me acuerdo muy bien que la puerta era como de madera y le ponían una cadena con candado, pero así como digo que había gente muy buena y que nos ayudaban en ese momento de escasez; cuando llegamos a Pachuca también había gente muy mala porque por las rendijas de las partes de debajo de la puerta, los niños se orinaban y vaciaban los orines adentro por las rendijas y para nosotros era desagradable, ahí permanecimos como tres meses.
Nos ha tocado vivir en los cerros, primero llegamos al barrio de La Surtidora, ahí por donde está el cinturón de seguridad, después vivimos en la calle de Nicolas Flores por la iglesia del Carmelito, posteriormente me fui a vivir a la cerrada de Pirules, por Fernández de Lizardi, ahí estuvimos también como otro año, conocimos personas buenas.
En esas fechas mi mamá tuvo a mi hermano menor aquí en Pachuca, sin embargo, el sueldo de mis papás era muy limitado y no tenían para alimentarlo, solo lo alimentaban con té de orégano, y yo como era la mayor, era quien se encargaba de darle el biberón con té.
Entonces los vecinos que teníamos eran buenas personas porque veían nuestra condición y cuando venían las fiestas, por ejemplo, de diciembre era muy bonito porque la señora que estaba más cerca de nosotros; nuestra vecina, hacía grandes fiestas, hacía mucho de comer, invitaba a sus vecinos, nos invitaba a todos y para nosotros eran grandes personas.
Gracias a nuestra vecina Rosita aprendimos a vender, ya que ella y sus hijos hacían tortillas, llenaban petacas enormes de diez kilos y los iban a vender al mercado Primero de Mayo. A veces nosotras las acompañábamos y los fines de semana tenía pedidos de tortilla y llevaban las petacas con las tortillas hasta la colonia Venta Prieta. El viaje que hacíamos era en micro que tomábamos ahí en el portal de enfrente del mercado, yo acompañaba a su hija la más chica y pues ahí nos acoplábamos.
El trayecto del mercado hasta Venta Prieta se nos hacía enorme, lejísimos y avanzábamos y avanzábamos, y lo que yo tenía muy grabado, siempre pasábamos como por una hacienda, eran unas bardas muy grandes, muy largas, y decía “RINCÓN BRUJO” entonces ya llegábamos, nos dejaba la micro sobre la carretera y de ahí había que caminar como unos 20 minutos cargando la petaca de las tortillas para llevárselas a entregar a la señora que vendía chalupas los fines de semana y entonces de vuelta.
Y así pasamos como un año hasta que mi papá consiguió un trabajo en una tortillería y nos bajamos a vivir a Nicolás Flores, en esa calle habían puestos de madera, ahí era para nosotros un gusto jugar con algunos vecinitos, congeniar, digamos, nos salíamos a la calle, jugábamos y era muy bonito porque jugábamos mucho a las escondidillas y como estaban los puestos, pues ahí era fácil esconderse, así nos divertíamos, la pasábamos muy bien y lo único que no me gustaba era que a las 7 de la mañana o antes sonaban las campanas de la iglesia para ir a misa.
Pasado el tiempo, yo creo que teníamos ahí como dos años cuando empezó el proyecto de quitar los puestos de madera y poner cemento en las calles, después la quitaron y pusieron adoquines, pero cuando estaban escarbando ahí encontraban osamentas de humanos porque dicen que había sido en algún momento panteón de los mineros, por eso se llama Barreteros porque eran los trabajadores de la mina, entonces ahí en esa zona, las volvían a enterrar.
Después fui creciendo, me casé y ya me tocó irme a vivir a la cerrada de Pirules, por Fernández de Lizardi, ahí permanecí como seis años viviendo, luego nos venimos para el Cerro De Cubitos, tampoco fue fácil la vida, hubo muchas peleas en el sentido de que, por ejemplo, siempre ha habido gente que se aprovecha, mi mamá compró un terreno de la esquina pero como suele pasar, quien le vendió ya se lo había vendido a otras cinco personas, entonces comienzan las peleas, las personas venían, nos reclamaban, nos decían que era de ellos y que teníamos que irnos, siempre hubo líderes y siempre hubo vivales.
A mi hermano incluso un día intentaron matarlo por esos mismos problemas, él iba con su bicicleta, hacia abajo de la calle y le echaron una camioneta encima, nada más que él logró esquivar el golpe y cayó a un lado de la calle. Esta problemática siguió por varios años, hace algún tiempo, había personas con las que nos encontrábamos y nos decían indirectas, nos trataban mal, pero después nos enteramos de que era el coraje que tenían porque no se habían podido quedar con el terreno.
Mi familia y yo tenemos 28 años viviendo aquí en el cerro de Cubitos, cuando llegamos mis hijas tenían de 3 y 4 años, ahorita tienen 31 y 32 años. Vivir aquí ha sido difícil ya que era terrorífico porque había muchos vagos, había muchos vándalos, yo creo que sigue habiendo, como en todos lados, sin embargo, ya era como trauma el ir a dormir e imaginar que se iban a pelear y que iban a venir las pedradas, sin embargo, pues poco a poco nos hemos ido acostumbrando, las peleas se han calmado, los vagos se han ido o se han hecho viejos, ya no tienen la misma fuerza y pues más o menos vivimos tranquilos hasta ahorita.
Al haber vivido todo esto me nació la idea de ayudar a la gente, pero eso ya será la próxima historia.