Por Ernesto Palma F.
Inusualmente hemos visto cómo la violencia se apodera de los titulares de los medios locales y de las redes sociales. A veces los protagonistas son jóvenes estudiantes envueltos en protestas reprimidas o en pleitos callejeros que derivan en muertes innecesarias. Y en otros escenarios no menos cobardes y arteros, muchas mujeres son violadas o asesinadas. Debemos parar esa salvaje forma de expresar la rabia y el malhumor social, porque a nadie beneficia que normalicemos la violencia.
Aún es posible detener esta lamentable tendencia anteponiendo nuestra convicción de que -a pesar de las actuales circunstancias- somos producto de una sociedad que ha evolucionado a lo largo de muchos siglos y que sigue aspirando a formar mejores ciudadanas y ciudadanos a través de la educación y la cultura.
Por ello necesitamos comentar con nuestros hijos, la importancia del diálogo, la tolerancia y el respeto a las ideas de los demás. Los niños y jóvenes necesitan aprender con nuestro ejemplo, la práctica de los valores fundamentales y nuestra firme postura a favor de la resolución pacífica de los conflictos, sea cual fuere su naturaleza.
El progreso no sólo se mide por los logros materiales, sino por el crecimiento personal y civilizado de los individuos que integran una sociedad, de modo que la formación cívica y ética de las actuales y futuras generaciones de mexicanos, no sólo es responsabilidad de las instituciones y autoridades, sino que es una obligación intrínseca del ejercicio de la paternidad. Asumir plenamente este deber ciudadano, nos permitirá detener la espiral de violencia que nos acecha.